foto por luciérnaga
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Mi primer día en la Academia de Artes fue terrible, como el primer día en cualquier cosa que se emprende. Me preocupé tanto en lucir bien -a veces el consumismo nos afecta a todos- que por buscar la ropa, peinado, maquillaje perfectos y hasta el tono de voz que usaría, olvidé tontamente los carboncillos sobre el aparador.
Lo recordé justo antes de ingresar en el salón y, como buena desordenada, dejé caer el bolso al piso y empecé a rebuscar sin sentido, pues tenía la completa certeza de que no estaban allí, que bobería. No entiendo porque a veces hacemos eso, engañarnos con conciencia, como creer eso de que la mano derecha no se enterará de lo que hizo la otra. Si ambas son cómplices, la una tapa a la otra pero nunca se desentienden, ambas viven o mueren.
¿Te puedo ayudar con algo? Esas fueron tus primeras palabras para mí, al observar como mis dedos, mis delgados dedos, pintados con esmalte lila que combinaba perfectamente con el buso cuello tortuga, hurgaban de bolsillo en bolsillo, a la vez que mi mente rogaba un milagro que trajera a los carboncillos de regreso a mí.
Olvidé traer mis carboncillos... y no dije una palabra más, pues cuando por fin alcé mi mirada, me perdí en tu quijada partida, en tus labios delgadísimos, en esas orejas de conejo, en esas entradas de tu frente y esa arruga tan sensual sobre tus pobladas cejas.
Sacaste dos barritas de carbón del bolsillo de tu chaqueta y las depositaste suavemente en mi palma zurda, diciendo que no valía la pena que el carbón pudiera arruinar el primer día de una chica tan linda. Gracias. Tomé mis cosas, las metí como puede y me perdí en el salón. Olvidé todo lo que había practicado en la casa, no mire a nadie. Solo me senté en el único pupitre que encontré desocupado junto al escritorio del profesor, pues ni modo, eso me pasaba por entrar de última.
Todos conversaban, pero no me importaba. Tome tus, mis carboncillos y luego de admirarlos como si fuera chocolate, empecé a dibujar. Saqué una hoja INEN de papel periódico y empecé a rayar...te:
Es un buen dibujo, pero diría que las orejas están muy chicas. No podía ser, estabas frente a mí, sonreíste, retrocediste unos pasos y dijiste buenos días!, seré su profesor de composición este semestre.
Me miraste, esta vez no bajé la mirada, sabía que nuestras manos se unirían más allá del papel y se dedicarían a componerse las unas a las otras, a dibujarse y desdibujar las líneas de nuestras palmas, a crear nuevas sensaciones, mientras nos durara.
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Me duele la cabeza, el techo patéticamente blanco permanece arriba aunque con el mareo empieza a girar. No puedo ni agarrarme las sienes que me palpitan como bombo, ya no están. Las extraño y necesito más que a mis oídos que solo escucharon malas noticias, que a mis piernas que me llevaron por malos pasos, más que a mi lengua que hablaba puras bobadas filosóficas, aunque tuvo la suerte de roer tu paladar, encías, dientes y de vez en vez se sentía una sola con la tuya.... MAKTUB.
He pensado en llamarte, en escribirte, en contarte que fue de mí, que pasó con ellas, luego que te transfirieron a provincia por despecho. Pero tengo miedo, terror de enfrentar esta realidad, donde así te llamará no sería yo quien digitara tu número, si te escribiera, no sería mi mano zurda la que hiciera los trazos, si te viera, ya no podría tocarte o acariciarte o si quiera al menos, golpearte. Porque ya no soy yo, no más, ya no existo igual que antes.
Viene una enfermera gorda y rubia de farmacia que me observa, igual que el niño de la gasa, pero además demuestra lástima. Pobrecita, dice con inspiración, quiénes les hicieron esto, me acaricia la frente. Intento decir algo, pero no surgen las palabras. Ella cree que tengo sed. Levanta mi cabeza con su mano izquierda y me da de beber un poco de agua. La siento como vinagre, clavada en esta cruz sin brazos, le vomito encima.
y continúa....
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