Veo una silueta que se dibuja entre las sombras. Y son uno, dos, tres, cinco tentáculos de medusa que nadan, flotan, materializan y se fijan en los surcos de tu espalda, sobre tu ropa. A veces vestidas de negro, a veces desnudas, pero siempre te buscan.
Son manos, manos que necesitan tus manos, tus dedos. Manos que escriben para sentirse todavía vivas, a pesar de tu ausencia. Manos que tienen todavía dedos, uñas, sangre circulando en su interior y tal vez también una misión, crear.
Inventar en cada rasguño, en cada pedrada, en cada pincelada, en cada caricia, extraños universos de palabras hechas imagen. Formas nuevas y discretas de decirte te amo o te odio. Lugares recónditos en mi vientre donde por fin atraparte, asfixiarte en el compartir de alientos.
Manos para enlazar otras manos, aunque no sean las tuyas, solo para poder sentir por un corto instante la energía del apretón. Manos para construir. Manos lavadas en agua de río o con sangre, pero siempre limpias. Manos de cocinera, de albañil o de borracho, pero siempre productivas. Manos blancas, morenas, amarillas, rojas, azules, pero siempre humanas aunque no todas decentes.
Manos que existen solo en ti, que trabajan por la justicia, hasta cuando están bajo tu cremallera. Manos que te pertenecen antes de yo haber nacido y que te amarán aún cuando ellas me abandonen, porque te pertenecen.
O tal vez, manos para seguir mostrando las líneas de mi palma y encontrar en ellas, mi destino de pared blanca y al fin, manos que te escriben otra carta y tratan de hallarte en este ciberespacio de recuerdos abandonados.
... y continúa
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