foto por luciérnaga
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Nunca te importó mi indiferencia y mi traición. Te preocupaba más el actuar bien la tuya.
Dentro de todas las materias que recibí durante los dos años que estuve en la Academia, aparte de tu clase, las de canto eran de mis favoritas. Mi voz no era extraordinaria, pero era una mezzosoprano bastante afinada.
Decidí entonces participar en un coro, haciendo de segunda voz para un evento intercantonal en beneficio de los ancianos. Te pareció bien, aunque no nos veríamos mucho porque los ensayos eran después de clases. A veces te quedabas para escuchar los ensayos mientras calificabas trabajos, pero luego te aburriste. Ya ni te conté que me habían dado un solo en el que hablaba de un viejo escultor de cabellos plateados que trabajaba con estiércol... pero ya no importaba.
Mi parte en el coro estaba tan bien, que me dieron permiso para faltar el jueves. No te lo dije, era una sorpresa, se supone que deben ser así, al menos eso sabía yo.
Tocó la campana de final de clase. Tú te quedaste como siempre arreglando tu desordenado maletín. Estabas tan metido en tu rectángulo de cuero que no notaste que me había quedado en mi pupitre admirándote y yo no noté que alguien más lo hacia desde la puerta.
Cerraste la tapa y por fin me notaste. Nos mirábamos fijamente. Te estoy esperando, dijo la voz de la licenciada de Diagramación. Me quedé helada y tú ni se diga. Hasta mañana señorita Gómez. Habías tomado tu decisión, la arruga sobre tu ceja desapareció y cuando te besó en los labios, yo tomé la mía.
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La vida siguió. Nunca más volvimos a hablar, mi orgullo no me permitiría aguantar el papel de mártir y tú sabías que no daría marcha atrás. No te vi más con ella, pero me enteré que ella te odiaba por haberla utilizado y abandonado al siguiente día.
Mi noviazgo con Manuel duró seis meses en los que él aprendió mucho y yo disfruté poco. Su inexperiencia, su inocencia, su entrega y devoción total, terminaron por hartarme. Decirle adiós fue difícil, cuando no lo vi al siguiente semestre, entendí que lo herí en verdad. Tampoco estabas, tu reemplazo nos contó sobre tu traslado.
Hoy reconozco que tuve en él todo aquello que te pedí a ti y no quisiste darme, a través de mis preguntas tontas en la cama y con mis manos, siempre con ellas, que no te fueron suficientes para serme fiel o por lo menos sincero. A ellas las extrañarás, tanto como.
Me pica la oreja. Me ayudo con el hombro a pasar la picazón, ¿cómo me rascaré cuando me pique la nuca?
El médico regresa y me explica que en el Patronato ya no se puede hacer más. Que si estoy afiliada al Seguro, podría ir al hospital, que con suerte allí me atenderán mejor y verán alguna solución para mi situación. Que necesitan la cama para otros pacientes, que si quiero pueden llamar a algún familiar para que me ayude con el traslado.
No respondo. Se va gritándome que soy una estúpida o tal vez una sorda y azota la puerta. Me deslizo al filo de la cama con ayuda del tronco y la nalga. Saco los pies en medias debajo de la sábana y los asiento en el piso frío. Con los codos como eje de apoyo me logro incorporar. La sábana cae al suelo. Estoy llena de sangre.
... y continúa
1 comentario:
Manos de amor, manos de desamor. Manos que dibujan rostros, manos que pintan dolor. Manos de murales de pasión. Manos que no aleccionan, manos que prefieren ser aprendiz. Manos de cama, cama sin manos. Manos rojas, manos que ya no están. Manos..... Leote, admirote! Yo.
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