miércoles, 26 de noviembre de 2008

manos capítulo 6

6
Hay un doctor de grande calva y barba espesa frente a mí. Habla conmigo con una voz grave pero aburridora, dice que tuve suerte de haber sido traída a tiempo, si no, quién sabe. Dice que las heridas no se infectaron, que cerrarán pronto, pero tendré que explicar a alguien lo que sucedió.

Escribe algo en su libretín de médico. Me mira detenidamente, ausculta mis ojos abiertos, cree que no lo entiendo, que sigo sedada. Anota otro tanto con su tosca mano derecha que a propósito tiene una fea cicatriz de bisturí desviado y se marcha por la puerta del fondo.

Cree que no lo entiendo, tiene razón, hay muchas cosas que no entiendo. Peor, hay cosas que no tienen explicación, solo suceden. Eso me decías cuando te preguntaba mientras me abrazabas en la alcoba, el porqué te habías fijado en mí. 

Dentro de tu esquema mental, nunca imaginaste que solo esperaba un poco de romanticismo barato, a pesar de mi extraña forma de ser, lo necesitaba tanto como el resto de mujeres. Aunque siempre decías que yo no debí nacer mujer, que era muy descomplicada para serlo, que me iría mejor de elfo.

¿Y si los elfos se enamoraban?

No sé si como un elfo, pero me enamoré. Tal vez porque fuiste el primero en no huir como lo hicieron los otros, al confesar mi fantasía de morir mutilada los miembros por una causa justa. Mejor aún, me apoyaste y nunca te reíste de eso, sabías que hablaba en serio. O tal vez por tus fantasías eróticas que se volvieron carne entre mis dedos, siempre inquietos.

Nunca te lo dije, nunca escuchaste de mis labios si quiera un te quiero, peor un te amo, siempre odie esa palabrería inútil, sin sustancia. Sé que eso te molestaba un poco.

Yo preferí dibujarte mis sentimientos. Preferí recrearlos y actuarlos con mis manos en tu piel o el lienzo. Cada caricia encontró mil te amos suculentos, vaporosos, sutiles, en cada pliegue de tu pellejo, fruto de los años vividos, en tus músculos frágiles, por razones más bien económicas que por falta de deporte. A veces creo que si mis manos hablaran, dirían mucho más que lo que mi lengua hoy calla, pues ellas manejan un lenguaje más sublime y real que las palabras, ellas usan las sensaciones y contigo descubrí muchas.

Como nunca supiste o nunca quisiste saber el porqué te fijaste en mí y en mis ojos, en mi cintura, en mi lecho por casi dos semestres, tampoco me explicaste tu repentina desaparición, solo sucedió.

No tuviste siquiera que irte de la Academia para estar ausente. Te convertiste en un fantasma más del aula de clases, que jugaba al gran profesor y decía cosas muy interesantes de vez en vez, para no perder la admiración de sus alumnas enamoradizas.

De la noche a la mañana dejó de volverme tonta tu mandíbula partida, luego me parecía hasta ridícula. Tus felicitaciones públicas por mis progresos me resbalaban, eran igual al resto, solo que no intentaste convencerme de ir a orientación o al rincón, para meditar la razón para que una joven tan sana y brillante dibujara esas monstruosidades con tanto estilo. Como sí mis dibujos fueran tan diferentes de la realidad en que vivían sus almas, por eso los odiaban, porque a veces parecían un espejo.

No me quedé más después de clases, ya no había nada que decir, todo estaba claro. Mis manos prefirieron descansar en cualquier otro lecho, luego de semanas cortas de inspiración en que hacer quehaceres por las noches, era lo único productivo, ya que-hacer otra cosa no querían.

Por eso conocí a Manuel, quien decía que me amó desde el momento en que crucé el umbral de la puerta como loca y me senté delante de él para tus clases. Nunca supe de su existencia hasta que me despertó cuando me había quedado dormida, en medio de una de tus brillantes cátedras.

Le encantaba la coca-cola, tomábamos dos pequeñas de 20 centavos después de las nueve en el bar de en frente. Tú, ausente siempre, tomabas tu café sin siquiera mirarme, sin cruzar palabra con nadie. En cambio, Manuel sí sabía como expresarse, me llenó en menos de un mes de esquelas, notas, dibujos y poemas en los que según él, yo era la musa que lo inspiraba a descifrar los versos que la luna regala por las noches. Supongo que era el único que disfrutaba del insomnio.

Para evitar el uso de la labia sin condumio, lo agarraba con la derecha de las mechas de su peinado hongo y lo besaba un par de minutos. Luego íbamos a mi casa, en la suya no se podía porque vivía con sus padres, y pasábamos por horas jugando a hacerlo hombrecito, tarea muy difícil cuando es la mujer a quien le sobra experiencia. Hasta que se le acababa el encanto a mi Ceniciento a las doce, cuando llamaba a casa a avisar que terminó el trabajo en grupo y se marchaba con sus ojos de huevo, no sin antes jurarme una vez más amor eterno y besarme en la frente.

Inmediatamente, salía con las sábanas hacia el baño. Me duchaba, sintiéndome mal por hacerle mentir a sus papás y pensando en porqué tú no podías ser como él en todo, menos en la cama, donde siempre disfruté de ser la aprendiz. Aún húmeda y con la toalla en la cabeza, llamaba a tu casa, pero nunca respondiste. Tenías el sueño pesado, cuantas veces me vi en aprietos, cuando por contestar el teléfono al no lograr despertarte, tu madre no entendía que hacía yo allí a esas horas.

Después de llorar un rato, no por dolor, sino por insomnio, me dormía en el sillón que está atrás del balcón...

y continúa...

lunes, 24 de noviembre de 2008

manos capítulo 4 y 5

Photobucket
foto por luciérnaga

4
El sol entra por las persianas rotas y va directo a mi rostro. No alcanzo a cubrirme y giro a donde estaba el niño, la cama está tendida. Se parece mucho a la tuya, recuerdo que caímos muchas veces en el suelo de duela, por falta de media plaza más que diera campo para nuestras batallas sin balas. Pero al menos nos obligaba a mantenernos enlazados y no solo de manos.

A parte del atractivo de tu madurez, la brillantez de tu mente me deslumbró como a todas mis compañeras. Pero tuve una gran ventaja sobre ellas, era buena dibujante, lo supiste desde el día en que viste mi boceto de tu retrato. Además supiste encontrar en mis dibujos sangrientos, sin sentido y hasta suicidas, ese encanto especial que solo yo valoraba y comprendía desde que empecé a dibujar en los pizarrones de la escuela. Aunque luego las maestras, los borraban y me enviaban a la dirección, a orientación o simplemente al rincón, a reflexionar la importancia de que los perros tuvieran solo una cabeza, de que las arañas no se comen a los niños y otras tantas reglas que nunca aprendí.

Hasta los compañeros se asustaron con mi trabajo, pero tú lo elogiabas. Así, luego de clases me hacías quedar para compartir opiniones que terminaron en salidas al bar de en frente, a tomar café, a tu casa, a la mía... En fin, largas jornadas en que los labios enmudecían y daban paso al diálogo de nuestras manos a través del dibujo, de tus experimentos en la cocina, de mis intentos de canción en tu viejo piano, del contacto de mis dedos escrutando los escasos vellos de tu pecho, de tu índice recorriendo la hendidura de mi espalda o mi meñique tratando de hallar la línea de tus labios casi imperceptibles en la obscuridad. 

Mis manos cobraron una vitalidad especial desde que empezamos a frecuentarnos, a parte de que perdían el control de mi mente en tu cuerpo, empezaron a ser también muy creativas en el papel.

Disimular fue fácil al principio, nuestros ojos de triste mirar por naturaleza, nunca mostraron si quiera una sutil beta de amor de lo que ocurría luego de las nueve todas las noches. Pero todo termina por descubrirse o peor aún, no se descubre nada y termina.

La enfermera vuelve. Luego de poner ojos de arrepentimiento por el incidente con el agua, intento beber agua y esta vez llega a mi estómago sin problemas. Debo descansar.


5
Mi infancia, todas las noches sueño con ella. Será porque fue tan corta pero tan linda que al perderme en ella, me siento querida por alguien nuevamente.

La hija única de un padre único. Mamá se marchó en busca de los sueños que mi presencia en su vida hubiera truncado. Papá fue por tanto mi ídolo y mi todo, pues aunque nunca se preocupó en ser el mejor ejemplo para mí, me amaba mucho y me daba libertad para vivir.... Vivir hasta que el resto se encargó de obligarme a obedecer, dejé de aprender entonces y me metieron a estudiar.

Antes de eso, yo pasaba el día completo en el locacito de cachibaches que papá atendía en el Ipiales. A parte de que jugaba con él y con lo que tenía allí, los señores y señoras de los otros locales que me apodaron “gatita” y no precisamente por mis ojos que son más negros que un capulí, me regalaban golosinas, juguetes, vestidos y otras cosas más interesantes como mi primer carboncillo. Quién diría que la pared posterior del puesto siete de doña Camila, sería mi primer lienzo de garabatos con olor a librillo y papas.

No recuerdo o prefiero no recordar el momento en que me arrancaron de mi familia, en aras de mi educación y de darme supuestamente un futuro. Nunca más supe de papá, al inicio me visitaba, supongo que después se aburrió. Me dijeron que había muerto de colesterol alto, yo prefiero decir que en una tarde de fútbol y cerveza, le extraviaron para siempre el norte y aún no lo encuentra.

martes, 18 de noviembre de 2008

manos - capítulo 2 y 3

Photobucket
foto por luciérnaga

2

Mi primer día en la Academia de Artes fue terrible, como el primer día en cualquier cosa que se emprende. Me preocupé tanto en lucir bien -a veces el consumismo nos afecta a todos- que por buscar la ropa, peinado, maquillaje perfectos y hasta el tono de voz que usaría, olvidé tontamente los carboncillos sobre el aparador.


Lo recordé justo antes de ingresar en el salón y, como buena desordenada, dejé caer el bolso al piso y empecé a rebuscar sin sentido, pues tenía la completa certeza de que no estaban allí, que bobería. No entiendo porque a veces hacemos eso, engañarnos con conciencia, como creer eso de que la mano derecha no se enterará de lo que hizo la otra. Si ambas son cómplices, la una tapa a la otra pero nunca se desentienden, ambas viven o mueren.


¿Te puedo ayudar con algo? Esas fueron tus primeras palabras para mí, al observar como mis dedos, mis delgados dedos, pintados con esmalte lila que combinaba perfectamente con el buso cuello tortuga, hurgaban de bolsillo en bolsillo, a la vez que mi mente rogaba un milagro que trajera a los carboncillos de regreso a mí.


Olvidé traer mis carboncillos... y no dije una palabra más, pues cuando por fin alcé mi mirada, me perdí en tu quijada partida, en tus labios delgadísimos, en esas orejas de conejo, en esas entradas de tu frente y esa arruga tan sensual sobre tus pobladas cejas.


Sacaste dos barritas de carbón del bolsillo de tu chaqueta y las depositaste suavemente en mi palma zurda, diciendo que no valía la pena que el carbón pudiera arruinar el primer día de una chica tan linda. Gracias. Tomé mis cosas, las metí como puede y me perdí en el salón. Olvidé todo lo que había practicado en la casa, no mire a nadie. Solo me senté en el único pupitre que encontré desocupado junto al escritorio del profesor, pues ni modo, eso me pasaba por entrar de última.


Todos conversaban, pero no me importaba. Tome tus, mis carboncillos y luego de admirarlos como si fuera chocolate, empecé a dibujar. Saqué una hoja INEN de papel periódico y empecé a rayar...te:

Es un buen dibujo, pero diría que las orejas están muy chicas. No podía ser, estabas frente a mí, sonreíste, retrocediste unos pasos y dijiste buenos días!, seré su profesor de composición este semestre.


Me miraste, esta vez no bajé la mirada, sabía que nuestras manos se unirían más allá del papel y se dedicarían a componerse las unas a las otras, a dibujarse y desdibujar las líneas de nuestras palmas, a crear nuevas sensaciones, mientras nos durara.




3
Me duele la cabeza, el techo patéticamente blanco permanece arriba aunque con el mareo empieza a girar. No puedo ni agarrarme las sienes que me palpitan como bombo, ya no están. Las extraño y necesito más que a mis oídos que solo escucharon malas noticias, que a mis piernas que me llevaron por malos pasos, más que a mi lengua que hablaba puras bobadas filosóficas, aunque tuvo la suerte de roer tu paladar, encías, dientes y de vez en vez se sentía una sola con la tuya.... MAKTUB.


He pensado en llamarte, en escribirte, en contarte que fue de mí, que pasó con ellas, luego que te transfirieron a provincia por despecho. Pero tengo miedo, terror de enfrentar esta realidad, donde así te llamará no sería yo quien digitara tu número, si te escribiera, no sería mi mano zurda la que hiciera los trazos, si te viera, ya no podría tocarte o acariciarte o si quiera al menos, golpearte. Porque ya no soy yo, no más, ya no existo igual que antes.


Viene una enfermera gorda y rubia de farmacia que me observa, igual que el niño de la gasa, pero además demuestra lástima. Pobrecita, dice con inspiración, quiénes les hicieron esto, me acaricia la frente. Intento decir algo, pero no surgen las palabras. Ella cree que tengo sed. Levanta mi cabeza con su mano izquierda y me da de beber un poco de agua. La siento como vinagre, clavada en esta cruz sin brazos, le vomito encima.


y continúa....

viernes, 14 de noviembre de 2008

manos - capítulo 1

manos y vasija barro

Foto por luciérnaga
Volví a caer, me desvanecí. Ya es la cuarta vez que esto sucede. No sé dónde estoy, ni cuánto tiempo pasó desde que decidieron que debían abandonarme, es obvia su ausencia.

Las paredes de color rosa enmohecido, me indican que estoy en el Patronato del Norte, ¡qué coincidencia! tan cerca de mi casa, está frente a la feria libre del mercado. Por eso el fuerte olor a cebolla y humanidad.

Tengo una comezón en el muslo derecho, con esfuerzo me rasco con el codo, pero no es lo mismo. Al virar a mi izquierda, noto que no estoy sola en la recámara, un niño con una gran gasa y esparadrapo en la cabeza, me mira como a un fenómeno desde su cama. Me pregunto si estaré muy despeinada y le sonrío. Ahora es él quien se vira.

El techo blanco, me transmite su desesperación. Pide a gritos sordos ser ultrajada, mancillada, violada, yo la entiendo, no soporta el peso ruidoso que le deja el vacío... Y yo, que le hubiera dibujado un par de dragones de dos cabezas entrelazados, en una noche de estrellas luminosas, ya nada puedo hacer. Sus bocas despedirían fuego, las cuatro enfocadas hacia el centro. Allí, habría una casita de madera, donde dormitaría plácidamente un infante.

Sería hermoso, una verdadera obra de arte...
Así elogiabas mis trabajos en la Academia, pero no será esta vez.
Me dejo vencer por el efecto de algún antibiótico inyectado en mis venas y cierro mis ojos....
...CoNtInÚa...

viernes, 7 de noviembre de 2008

lluvia

Teatro Sucre en noche de lluvia
foto por luciérnaga

Una, dos, tres
minúsculas, silenciosas
y recatadas gotas
de rocío crecen
patas arriba en
laderas blanquecinas.
Derramando sus frutos
en las áridas calles y
avenidas; en los desolados
tejados ya sin gatos,
en las cabezas menudas
de transeúntes y uno que
otro loco que al igual
que yo, recibe de faz
a la dulce lluvia mientras
SOLO
Camina.

Resbalan, corren
juguetean por mis
sienes, por mis cabellos
enroscados y húmedos
que se meten por
pestañas y ojos.
Penetra por los poros
a las entrañas y
hasta purifica el alma.
O la lava, de afuera
Pa’ dentro con ayuda
de una que otra gota,
de adentro pa’ fuera
que cura los dolores
que llueven mientras
SOLA
Camina.

Ríos intransitables
de agua se llevan
la basura de todos:
recuerdos de fiesta,
comida y otros
cotidianos menesteres.
La atmósfera es gris,
los vidrios se empañan
y no de puro amor,
los paraguas no resisten,
se entumen los miembros.
Se aspira un aire gélido
y se expele un vaho
con el poco calor que
nos queda de vivos mientras
SOLO
Caminamos.

Estallan, se rompen,
golpean, castigan
a chompas y ponchos;
las grises nubes que
indolentes y quemimportistas
se agrupan en lo alto.
Creando descargas
poderosas de
ruido y mucha
luz, pasando
corriente entre
dos cuerpos unidos
por el azar,
que se besan con
la mirada mientras
SOLO
Caminan.

Lenta, suavemente
la llovizna que
cubrió las pieles
y agitó los corazones
de estos dos desconocidos
se pierde, desaparece.
El azul cielo
ahuyenta a las
pocas nubes,
el vapor se eleva
por los postes
y un tenue rayo
de sol anuncia
el retorno de la vida
a las calles ahora
pobladas de gente
que, como siempre,
SOLO
Camina.