viernes, 29 de agosto de 2008

café

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foto por: luciérnaga


Es hora de tomar un café...
Para abrazar a la nostalgia
en sus absurdas imágenes,
siempre llena de negativos,
blancos y sobretodo negros,
mate de recuerdos.
Celebrar la amistad y
sus inconsistencias,
el amor confuso,
el deseo de eternizar
la mínima chispa de
felicidad o su intento.

Acompañar su aroma
con el humo de un
cigarro que te consume
en las ganas de lo prohibido.
Y fumarlo sin cuernos,
pelos o siquiera fantasmas.

Es hora de tomar café...
para terminar un ciclo,
dar la última vuelta a
la rueda de una serie
de tropiezos, sustos,
gustos
y casi ningún acierto.
Liberar a los que amamos
de nuestras cadenas de yoísmo,
echar un par de lágrimas, mil
disculpas, dos silencios.... siempre,
siempre silencios.
Ahorcar las manías
por un rato prolongado,
sacar el pie derecho del baúl
y empezar a recoger pasos
masacrados o parchados.

Es hora de tomar café...
Por el simple éxtasis de
vivir el vicio envolvente
de su amargura morena,
y la dulzura de su
color asfixiante.
Absorber su vida evaporada
por las narices y sentirte
en un momento traspasado
a extensas llanuras de
negros recolectores.
Detener por una hora el paso
del click-clock... y de a sorbos
sentirte al menos dueño
de un pequeño espacio
reducido al peso de una
taza de café.

martes, 19 de agosto de 2008

claúsula olvidada

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Foto por: luciérnaga

Gonzalo prende una vela para abrigar la alcoba. Un tímido lirio blanco parece flotar en la oscuridad de una esquina. Camila se coloca una diminuta pijama violeta, prende el televisor y coloca una película francesa en la pantalla. El ruido del idioma extraño, evitará los silencios tortuosos y más aún, los diálogos innecesarios en este ‘estricto’ intercambio de servicios y carencias.

Amigos de años o de nunca. Con ganas de siempre y Rafael, el ex de Camila y mejor amigo de Gonzalo como pretexto perfecto para evadir el amor.

Meses desérticos de sexo. Un encuentro casual en el MSN. Un chiste malintencionado, tal vez dos. Una insinuación descuidada. Una verdad revelada. Una necesidad indecorosa. Un departamento libre. Una tarde de escape.

El calendario marcó las 15:00 del 5to mes del 5to día. Un cólico repentino. Un viaje de trabajo. Ambos inventados y suficientes para que un par de sexos llenos de humedad pero faltos de complicidad, se intercambiaran más adelante.

Camila llega primero al café. Ese lugar que por meses la ve arribar sola, pasar horas divagando en sus libros del momento y luego marcharse igual. ‘¿Lo de siempre?’, pregunta el chileno después de un hola afectuoso. ‘Sí’, responde mecánicamente. ‘No, mejor no’. Revisa rápidamente la hoja-menú. ‘Tráeme un mojo’.

Diez minutos intentó concentrarse en las pinturas del lugar, en juguetear con el fuego de la vela de su mesa, en tararear a Silvio que se escuchaba de fondo, pero nada. Solo el sorbo largo y continuo del mojo hasta su final, paró la tembladera de su rodilla derecha.

Suena el celular. ‘Sí, ya bajo’. Se levanta. Toma su enorme mochila. Paga la cuenta y corre por las gradas. Tras la puerta, se detiene un segundo. Respira hasta las costillas y se dibuja una sondrisa.

‘Hola! Que más?’, dice y la besa en la mejilla. Pone primera y arrancan mientras comentan los temas de rutina. El trabajo agotador de Gonzalo en el diario. Lo corrupto de la ONG de Camila. El divorcio de Gonzalo. Lo bien que está Andrés, esposo de Camila. Las crisis, los pasados, las nostalgias... Al fin llegan.

Es un conjunto privado de casas casi en la salida de la ciudad. Gonzalo consiguió ahí un mini departamento ultrabarato pero encantador. Gira la perilla con la llave y Camila enmudece al ver una escalera de caracol que desde el centro de la sala parte al mismo techo. Cojines en lugar de sillones, un gran estante de libros y tras una pared de cristal, una cama silenciada por las siluetas de la tarde.

Gonzalo se adelanta a la cocina y regresa con una gran flor blanca. La deposita sin discurso en el regazo de Camila. Ella desde el cojín, no se anima a verla. Rebusca unos papeles cualquiera, para mantener las manos vivas y el corazón lejos.

Los preludios a esta hora están de más y los minutos avanzan.

Camila lo toma de la mano. Lo lleva a la habitación. Se desnuda con naturalidad. Se coloca la pijama y se mete en las cobijas. Gonzalo metódicamente se saca el pantalón de vestir, la camisa negra, los zapatos lustrosos. Los coloca casi casi doblados en una mecedora que yace al pie del lecho.

La sigue al interior de la cama. En su desesperación no acierta a más que estrecharla. Un abrazo embrionario la estruja con la fuerza de su gran tamaño. Camila, flaca e indefensa, se deja sentir. Se mantienen así por varios minutos.

Pronto, los dedos comienzan a perder la desconfianza, lo atrofiado de la falta de uso. Empiezan a deslizarse ágilmente por brazos, cuellos, piernas, pies y nalgas. El resultado es fabuloso. La sincronía casi mágica. Se entienden a la perfección.

En no pocas horas después, duermen exhaustos… Ella, con su cabeza sobre su pecho. Escuchando el corazón que todavía late agitado. Él, cobijándola con su largo brazo. Aspirando el perfume de su cabello sudoroso.

Anochece. Amanece. Se ducha ella. Él prepara el desayuno. La clave de La 33 alegra el pan rancio y los huevos desabridos que delatan la falta de experiencia del chef. Con ojos brillantes y palabra amplia vuelven a los temas infantiles. Sueños y las banalidades. Son deliciosos. Por un segundo todo parece posible.

Un chau. Un portón que se cierra. Una rutina que reinicia o se retoma. A Camila le queda el placer insuperable de un útero ultrajado a diestra y siniestra con consentimiento y un lirio blanco en la mano zurda. Gonzalo conserva en sus dedos, en su boca, el sabor del 7mo día de ovulación… O será del 14?

Pasan dos meses y medio. Gonzalo termina su primer editorial. Saca su celular del maletín. Llamada perdida de Camila. Le marca. No le permite hablar. Escucha silencioso la cláusula que olvidaron escribir. La biología no entendió de falta o exceso de amor. Camila no puede con la culpa. Confiesa. El muerto yace desde hace media hora, hasta la eternidad, bajo el césped de un parque de la ciudad.

sábado, 9 de agosto de 2008

ángel negro

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foto por: luciérnaga

“Porque también somos lo que perdimos
… o nunca tuvimos”


Fue hace un año que te escribí
la primera de mis cartas, ángel negro.
Y sigue siendo tan extraño
Que aún mis palabras no puedan
Regalarte un rostro o ponerte un nombre, ángel negro.

Nací sin conocerte, moriste sin identificarme
Cuando yo llegaba, tú partías, ángel negro.
Crecí sin tus sonidos, sin el reflejo de tus ojos en mi pupila
No impregnaste tu olor en la casa,
Ni ahuyentaste los monstruos del armario, ángel negro.

Pero la historia se escribe a renglón torcido
Y elegiste estar en todas partes, ángel negro.
Unas blancas alas le sientan bien a tu piel marrón
Que como una sombra siguen mis pasos,
Para saberlo todo sin decirte nada, ángel negro.

Voces alrededor te hicieron leyenda
Y no es que desconfíe ángel negro.
Pero la única huella perenne para mí
De tu culpabilidad en mi existencia,
Es un lunar sobre mi boca, ángel negro.

Frente al espejo te reflejo, te encuentro
En mi sangre que corre, ángel negro.
Cuando tu guitarra dialoga conmigo
Y se unen nuestras voces cual bolero
En las noches de frío, ángel negro.

Y aunque podría reclamar al tiempo
La escasez de mimos, ángel negro.
Me resulta difícil añorar tu sombra
O recorrer tus vacíos cuando solo
Falta lo que estuvo presente, ángel negro.

Fue hace un año en que te escribí
La primera de mis cartas, ángel negro.
Y sigue siendo tan extraño
Visitarte en el lugar donde no estás
Y decir feliz día papá, cuando solo eres un ángel,
Mi ángel negro.

sábado, 2 de agosto de 2008

El retorno definitivo de la niña de las medias violeta

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Foto jocha de Frin

"Una luna que con las mareas...
se convirtió en cometa"

Luciérnaga

Llevaba semanas, meses, años quizá encerrada en el frasco de galletas de la alacena. Ni el señor O, ni la inquilina de la casa, notaron su ausencia. Allí pudo de a poco, recuperarse del banquete del cual fue plato principal.

Había terminado hasta con las migas de las galletas de avena con pasas, sus favoritas; se lamió toda la crema de las de chocolate; les mordió todos los bordes a las de coco. Cansada, incómoda y un tanto ciega por la falta de luz, la niña y sus medias violeta salieron gateando nuevamente a la vida del mundo exterior.

Estiró sus largas y ahora hormigueantes piernas, abrió bien despacito sus ojazos de capulí y pronto al reencontrarse y re-sentirse en las maravillas del O2, el cielo azulito y la tierra renegrita, sus dientes chuecos volvieron a brillar…

La casa-caracol estaba sola. Su dueña, últimamente, andaba muy ocupada, con responsabilidades y ocupaciones de a gratis. Harto polvo y seres multipatas merodeaban los curiosos pasos de la niña que con dedos, ojos, orejas, labios, tomaba objetos y les inventaba nombres que solo ella entendía.

Al final de su caminata, llegó a la puerta de la calle. En la vereda yacía parqueada una verde bicicleta oxidada. Estaba triste y lloraba a piñón y un cuarto. Su dueño la había abandonado ya hace varias lunas. Muchos la habían observado, pero nadie se animaba a adoptarla.

La niña, traviesa como todo infante, inició un diálogo con la cleta mientras trataba de entender el mecanismo de funcionamiento del extraordinario aparato lleno de círculos y metales. Finalmente se animó a dominarla y, aunque su cuerpo era pequeño y casi casi no alcanzaba el volante, sus largas piernas lograron iniciar el pedaleo.

Se creyó pronto una perfecta equilibrista, una maga de la velocidad, una diosa del movimiento… Todo iba perfecto hasta que un haz de luz chocó con ella, haciéndola caer en una voltereta, al enredarse nuevamente sus medias violeta.

Inició una rabieta de guambra malcriada. Lágrimas blancas corrían por sus rosadas mejillas y gritos se ahogaban en una cuchara donde terminaba la calle. Pronto, 5, 8, 13, 20, 26, decenas de niños la rodearon preocupados. Le preguntaban el nombre, pero ella ni hablar podía. Por sus colores, le llamaron Violeta.

Eran niños multisabores: chocolates blancos, negros, amarillos, pintaítos y hasta bicolor. Salieron de algún rincón del cajón de su ‘niño interior’ al estrellarse con la cleta. La colmaron de francas miradas, abrazos de oso y depositaron en su boina negra, toda la fe que le tenían.

Y a pesar de su horrenda pataleta, uno de los pequeños se enamoró profundamente de ella y le regaló una dulce paleta. Después de una lamida, ella le devolvió una sondrisa coqueta.

Se incorporó y limpió la tierra de su vestido cortito y sus largas medias. Y al guardar en su corazón aquel manjar, después de darle un beso se convirtió en orquídea azul y Violeta despegó cual cometa.